Ayer, como cada día de la Candelaria desde 1984, fue mi cumpleaños. Me gustaría escribir que pasé un día maravilloso, en compañía de los meros cuates, apapachándome, recibiendo abrazos y cobrando la deuda de tamales a quienes les tocó el niño en la rosca de reyes, sin embargo, la neta es que para que esta columna pueda salir hoy, es necesario que la escriba a más tardar el domingo, así que mientras estoy escribiendo esto, todavía sigo siendo una mozuela de veinticuatro y aún el reloj no marca la hora en la que ya es válido sorprenderme con unos mariachis y con las llaves de un Audi envueltas para regalo
En cualquier caso, he de admitir que me chocan los cumpleaños. No es que sea una amargada prematura, ni que a mi corta edad comience a pensar el modo de restarle antigüedad a mi acta de nacimiento. Sigo en la época en que mi piel es suficientemente firme, mi rostro fresco, mis carnes aun desafían la fuerza de la gravedad y mi lívido es tan brioso como la tarde en que mis dedos descubrieron la magia de los orgasmos, no se trata pues de miedo a irme haciendo vieja, porque sé que para eso todavía le cuelga un titipuchal, francamente me choca mi cumpleaños porque me da mucha flojera convertirme en la curiosidad del día, nomás porque es la fecha en que tuve la desafortunada ocurrencia de escaparme de la confortable y calientita barriga de mi madre.
Por eso prefiero las celebraciones sencillas, casi íntimas. Unos pocos amigos que pueda contar con los dedos de mis manos, música, buena conversación y una que otra golosina y aperitivos para pasarla chido Lo importante es que la fecha no sea más que un mero pretexto para amanecernos en el cotorreo
Me encantan los cumpleaños así, hace algunos años tuve uno fenomenal de ese estilo. Ese día había decidido no trabajar, pero regresaba de hacer ejercicio cuando recibí una llamada de uno de mis amigos, advirtiéndome que me pasaría a buscar para celebrar mí cumple. Acepté pero le dije que primero tendría que pasar a la casa a cambiarme. Él se encargó de convocar al resto de los cuates y fuimos a cenar aun restaurantito muy mono de Polanco. Después, él nos invitó a su depa a seguirla y todos nos fuimos en caravana con ánimo de sacarle a la noche el mayor de los provechos.
Era un grupo pequeño, el dueño del departamento y organizador de la pachanga, dos muy buenas amigas y otros tres cuates. Estábamos pasándola a todo dar cuando, ya casi a media noche, llego al depa un primo de mi cuate que vive en Monterrey, pero que se estaba quedando unos días con él en su departamento. Era un tipo precioso. Delgado, espalda ancha, más o menos uno noventa de estatura y una cara de travieso que daban ganas de morderlo.
La noche siguió su curso Brindamos tantas veces que para cuando el último invitado se había ido, ni mi amigo, ni su primo ni yo estábamos en condiciones de manejar hasta mi casa. Dije que tomaría un taxi, pero ellos insistieron en que lo mejor era que me quedara a dormir allí
Nos quedamos sentados en la sala, cansados y bien pedos, pero estuvimos platicando por un buen rato El primo resultó además un tipo divertidísimo. A los pocos minutos mi amigo se quedó dormidísimo. Con la cabeza tirada hacia atrás y las piernas bien abiertas comenzó a roncar con tal potencia que habría puesto celosos a los leones del zoológico. Yo también me sentía cansada, cerré los ojos y eché la cabeza hacía el respaldo. Comenzaba a vencerme el sueño, cuando sentí unas manos acariciar mi cuello No abrí los ojos, sencillamente lo dejé acariciar. Sentía riquísimo. Sus manos fueron descendiendo hasta tocar mis pezones, por encima de la blusa, luego mi ombligo, mis costillas, hasta posar su mano en mi espalda y darme un beso suave y tímido.
Entonces fue a mi falda. Con mucha facilidad me despojó de ella e hizo que abriera mis piernas, sus dedos con paciencia buscaron mi sexo, y lo sintieron hincharse y gozar de varios espasmos. Lo sentí ponerse de rodillas frente a mí, para hacer con su lengua delicias entre mis piernas. En pocos minutos logró que tuviera uno de los orgasmos más memorables que he tenido en mi vida.
Dicho en otras palabras: Ir a cenar con los amigos, $400 pesos por persona, comprar botellas y botanas para seguirla en casa de uno de ellos, $200 pesos, cargar con condones de emergencia por si se tiene suerte en cualquier momento, $90 pesos, que un cabrón con cara de modelo y cuerpo de sueño erótico te ponga una mamada inolvidable el día de tu cumpleaños ¡no tiene precio! Por eso desde entonces cuando sé que alguien debe hacer algún regalo, yo siempre recomiendo que regale sexo oral.
Besitos Cumpleañeros
Fernanda Siempre
Hasta el jueves
Escrito por Fernanda, publicado en el periodico metro de la Ciudad de Mexico el martes 3 de Febrero de 2009 imagen de Fabian Garcia propiedad del periodico metro adaptación franbar