En un primer momento mi familia no supo de mi paso por el mundo de las pasiones de alquiler, hoy es algo así como un acuerdo tácito, algo que se sabe pero de lo que no se habla. Pero cuando empecé, traté de disimular lo más que me fue posible. Francamente llevar esa doble vida es quizá la parte más complicada de este resbaladizo negocio. Edecán fue la primera coartada, luego “trabajé” como hosstes en un bar, lejos por supuesto, para que nadie tuviera de pronto la tentación de visitarme en el trabajo, decidí que el lugar estaba en Satélite (al otro lado del mundo y que me perdonen los que por allá viven). Por eso cuando al fin dejé la casa de mi mamá y puse mi departamento, pensé que había terminado mi necesidad de andar por la vida toreando a mi suerte.En casa dije que había conseguido un buen trabajo en una empresa. Un cliente - amigo aceptó servirme de fachada permitiéndome decir que era una de sus vendedoras. Durante un buen rato trabajé con toda comodidad sin sobresaltos por llamadas embarazosas ni explicaciones por salidas intempestivas, hasta la tarde en que el cliente resultó Agustín, el jefe de mi hermano.Era el dueño del despacho en el que trabajaba y algunas veces lo había acompañado a la casa. No se imaginan la sorpresa y el sacón de onda que me provocó verlo al otro lado de esa puerta. Sus ojos oscuros, su abultado abdomen, su calvicie, su boca ansiosa. Sonrió. Me tendió la mano y me jaló al interior de la habitación cerrando la puerta tras de sí. Yo estaba helada. La realidad abrumadora de haber sido descubierta me provocó un vacío en el estómago que me hacía sentir que me licuaba por dentro. Notó mi miedo, me besó la mejilla y me pidió que me calmara. - No te preocupes- dijo -será nuestro secreto-Por la sorpresa, su beso me provocó una fea sensación parecida al asco o a la angustia. - Te ví en internet y no podía creerlo preciosa, siempre te tuve tantas ganas, estás reinísima... -Sus palabras retumbaban en mis oídos como insultos. Su dominio, su arrogancia. Hasta esa fecha me habría visto sólo unas cuantas ocasiones. Era claro que me deseaba, cuando nos visitaba sus ojos se empecinaban en buscarme, pero su realidad le impedía atreverse. Apenas nos dirigíamos la palabra. Tenerlo agitado en ese cuarto, jadeando necedades me incomodaba. Quebraba todas mis estrategias de mujer y mis armas de oficio. -Será nuestro secreto- repitió, poniendo su mano en mis nalgas -vamos a pasarla rico-Fue entonces cuando la sangre me subió a la cabeza y volví en mí:- ¿Nuestro secreto, pendejo?- grité -Claro que será nuestro secreto. A menos que quieras que tu esposa se entere en qué gastas el dinero.- Clavé mi más fiera mirada en sus ojos, mientas su sonrisa se helaba sin ocultar sus enormes dientes...- Mira, así no son las cosas, así como me ves pero me doy el lujo de decidir con quien me acuesto y con quien no y contigo papito, no me da la gana- Sus ojos se abrieron tanto que parecían a punto de abandonar sus cavidades, trató de interrumpir, pero seguí. - ¿Creías que iba a caer a tus pies rendida? Ni siquiera me avisaste que eras tú cuando llamaste... Eso no se hace cabrón. ¿Pensabas que me daría gusto tu sorpresa?- Callé por un momento... mis manos temblaban frías como hielos. Caminé hacia la puerta y antes de abrirla lo miré fijamente y le dije: - Más vale que ni intentes buscarme un problema con esto, porque que tu mujer lo sepa es lo menos malo de lo que puede pasarte- fanfarroneé dedicándole una mirada furiosa y me di la vuelta. Cuando abrí la puerta, me tomo de la muñeca y temblando me pidió que lo disculpara. -No te vayas- rogó -te necesito, haré lo que sea para que me perdones- Sacó su cartera y me ofreció todo lo que llevaba, era más del doble de lo que habíamos acordado por teléfono. -Desde que te vi en internet estoy loco, me encantas te traigo unas ganas locas; no pensé que te molestara, saberte a mi alcance me nubló la razón... -Cuando vio que mi mirada perdía un poco el fuego del coraje agregó: - Nadie está preparado para una cosa como esta, quédate y olvida que me conoces...--No, hoy no- interrumpí. Para dejarlo con más ganas le di un beso en la comisura de los labios y me fui. Le di esperanza, gracias a la cual siguió insistiendo. Más o menos dos meses más tarde accedí a hacerle el amor, creo que de no haberlo hecho el pobre realmente habría enloquecido. Eso sí, le cobré el triple. Ni modo, no me gustan las sorpresas.
Un beso
Escrito por Fernanda el 2 de Enero de 2007 en el foro de Fernanda