Reconocimiento
a Fernanda la Escritora, Fernanda la Amiga,Fernanda La mujer,Fernanda la Escort
y está dirigido a la gente interesada en su persona,
En este espacio aparecerán sus Escritos y sus Imagenes sin llevar un orden cronologico.


sábado, 20 de diciembre de 2008

Memorias de una Geisha II. Iniciación

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Cuando papá murió nos quedamos casi en la calle. Mí hermano se había casado y apenas podía mantener a su familia, así que mamá se puso a dar clases de inglés y yo comencé a trabajar como instructora de spin. Allí conocí a Paty.
Paty era clienta del spin. Casi todos los días a eso de las once hacía su ejercicio. Era una guapa rubia argentina. Platicábamos de cuando en cuando, me parecía agradable. Yo suponía que sería, como muchas de las señoras que a esa hora hacen ejercicio, otra mujer joven, bien casada con algún tipo capaz de mantenerla. Me enteré de la verdad después de contarle de mis precariedades.
Es fácil, me dijo, se gana mucha plata, sólo es cosa de que lo tomes con calma y saldrás de apuros. No recuerdo todo lo que dijo para convencerme, pero a la semana siguiente mí foto figuraba entre las de otras chicas en la página que ella dirigía. Esa misma tarde comenzaron las llamadas.
Yo tenía 18 años y mí primer cliente tendría entre 30 y 35. Era un hombre alto, moreno, bien vestido, de bonita sonrisa, cabello corto, un poco pasado de peso y de rostro amable, casi tierno. Me recibió con una sonrisa y un beso en la mejilla (que él trató de poner en los labios). Estaba aterrada. Tenía las manos frías y las piernas me temblaban.
Me senté en un sillón y pregunté su nombre. El se sentó frente a mi y lo dijo (aunque por más esfuerzos que he hecho no logro recordarlo). Se veía ansioso pero sus ademanes revelaban que, igual que yo, también estaba algo nervioso. De haber podido habría continuado sentada charlando el resto de la hora, pero de pronto él se acercó a mi y, en cuclillas, me dijo que era muy hermosa. Sin darme tiempo a reaccionar me plantó un beso en los labios que me dejó helada.
Es la primera vez que lo hago… Estoy empezando en “esto”. Le dije. En su rostro se dibujó una ternura acentuada y en sus ojos brilló la flama de un placer nuevo. Me dio otro beso que provocó un espasmo que me recorrió el cuerpo. Me tomó en sus brazos y me llevó a la cama. Sus besos dejaron mí boca y comenzaron a recorrerme el rostro, el cuello, los hombros, los brazos, el torso. Sus manos me recorrieron con calma y retiraron en episodios mí ropa. Mis pechos en sus labios temblaron y mí cuerpo se estremeció.
Él permanecía vestido, pero el roce de su miembro erecto en mis muslos expuestos y vacilantes comenzó a dominar mí miedo y a convertirlo en deseo. Empecé a corresponder sus besos, a abrazarlo y a ofrecer todo lo que mí cuerpo tenía para darle.
Cuando me tuvo desnuda y su lengua hubo recorrido todo el cuerpo, se acostó. Tomó mí mano y la puso sobre su pecho. Me incorporé y me puse sobre él apoyando mis rodillas en la cama, rodeándolo con los muslos. Le desabroché la camisa dejándole al hacerlo varios besos que le daba en el pecho. Ya sin esa prenda, comencé a besarle los pezones como él antes había hecho con los míos. Él, acariciaba mí cabeza que, de pronto, comenzó a bajar sin dejar de besar. La humedad entre mis piernas iba dejando huellas sobre su piel que al mojarse se agitaba. Al despojarlo por fin del pantalón encontré mí premio, un miembro tieso y generoso que me deseaba con vehemencia. Me lo llevé a la boca. Comencé a mamarlo con la cadencia que tantas veces he tenido el gusto de comprobar, les encanta a los hombres. Mí lengua probó por un rato el sabor agridulce de su cuerpo erecto y apremiante hasta que recibió con una destemplada sacudida su regalo tibio y pegajoso. Por un buen rato dejé la boca en ese miembro que sentí domarse y volver a su tamaño en mí garganta. Parte del obsequio escurría por mis comisuras, el resto lo tragué.
Me levanté para lavar mí cara y boca, luego regresé a una cama tranquila, como un mar luego de la tormenta. Puse mí cabeza en su pecho y nos quedamos callados por un rato. Su mano, sin embargo, no dejó de abrazarme y acariciarme. Caricias que poco a poco tomaron un rumbo más candente hasta convertirse en franco cachondeo. Nos besamos. Tomé su pene para comprobar que había crecido nuevamente. Entre mis piernas el deseo era también incontenible. Sentía que el río que salía de mi me ahogaba irremediablemente.
Tomé un condón. Se lo puse y, sin decir más, me puso boca abajo y me penetró. Sentí su piel caliente hundirse en mi con violencia y sentí como mí cuerpo la abrazaba y la disfrutaba. Me tomó entonces de la cintura y me forzó a ponerme en cuatro. Su pene se perdía entre mis piernas deliciosamente mientras sus manos apretaban con lujuria mis senos. Mordisqueaba mis hombros, besaba mis orejas...
No sé cuanto tiempo estuvimos retozando así y de muchas otras formas, pero cuando al fin llegó el orgasmo (cosa que rara vez sucede), mí cuerpo entero se perdió al placer incontenible del estallido. Un grito sordo ahogo una habitación en la que ya se respiraba el pecado.
Lo besé.
Debo reconocer que por los nervios, desatendí uno de los primeros consejos de Paty, cobrar antes del servicio, pero el tipo me pagó. Esa tarde no dejé de pensar que, después de la espectacular cogida que me puso, todavía pude cobrar. Cuando salí con los retratitos de Mariano Escobedo en mis billetes, casi me vengo otra vez. Era media quincena en el spin.
Escrito por Fernanda, el 15.05.2006, en el foro Divas

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