Me contaron que nací un dos de febrero. Dicen que mi parto fue tan complicado que mi madre gritaba como loca cada que mis intentos por salir le provocaban un espasmo. Alguien me aseguró incluso, que entre más se dilataba su cuerpo para parirme, más groserías gritaba y mayor era su llanto. Creo que ese fue mi karma, chingar a la madre de la cuna a la sepultura.Tuve una infancia feliz. Tanto, que no hubo escuela, internado ni reclusorio que me soportara. Fui expulsada de todas las instituciones académicas posibles. Todo comenzó por casualidad, pues aunque canija siempre fui, en mis primeros años trataba de contenerme. La puerca torció el rabo cuando, allá por mi octavo aniversario, alguien tuvo la brillante idea de escribir en uno de mis inmaculados cuadernos la graciosa leyenda de “PUTO EL QUE LO LEA” y después una niña entrometida me delató atribuyendo a mi ingenio, aquella disparatada sentencia. Me gané un prestigio de mal portada que después, con mis propios méritos, me encargué de honrar. Naturalmente, no pasó mucho tiempo antes de que me expulsaran de aquella escuela.Algunos creen que esa expulsión fue porque escribí mi famosa frase en la oficina de la dirección, pero la verdad es que eso no lo hice yo, a mi me cacharon infraganti agregando a aquella oración y con tinta colorada, “…PERO MÁS PUTO EL QUE LO ESCRIBIÓ”. Me achacaron el crimen completo.Nunca supe quién fue el verdadero autor de las obras literarias que marcaron mi vida, pero al menos a la condenada niña que me delató aquella primera vez, juré matarla. Todavía conservo la bala y la pistola que robé a mi abuelo justo el día antes de mi expulsión y de que me llevaran a vivir tan lejos. Aun la conservo pues no pierdo la esperanza de que la vida me deje cobrar esa cuentita pendiente…
Publicado por Fernanda en el blog Generación Plan B en Enero de 2008
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