La primera vez en todo es siempre especial, el resto suele ir construyendo la rutina. En el servicio escort esa rutina viene pronto y el orgasmo rara vez. Al principio la emoción por la incertidumbre de lo que aparecerá al abrirse la puerta de una habitación de hotel ocupa un espacio que le pone sabor al trabajo. Los hombres que nos llaman tienen entre los veintimuchos y los cincuentaipocos; son de buena posición y de muy distintos rangos de comportamiento y cultura. Los hay cachondísimos, timidos, agresivos, inseguros, lentos, rápidos, fuertes, débiles, gordos, flacos, chaparros, altos, guapos, feos, aburridos, interesantes... Sus penes son también de todas las formas, tamaños y colores posibles y su forma de abordar el sexo es también surtidita en alternativas. Pero hay tres cosas que se repiten en la mayoría de ellos: todos quieren besos en la boca, a muchos les encanta que les des una mamada sin condón (viniéndose en tu boca) y dos de cada tres preguntan si haces anal. Creo que uno de los factores que condicionó el que me fuera bien, es que las tres cosas me encantan y las tenía en mi catálogo de servicios. Los besos es una forma de hacer que un cliente se vaya satisfecho, el oral terminado es una delicia y el anal es una manera rica de ganar un poco más. No es mi hit, pero me gusta el sexo anal. En mi vida privada (antes de hacerme vida pública) lo había hecho algunas veces con mucho gusto, pero en mi trabajo pocas veces resultaba placentero. Hay algunos hombres que tienen vergas realmente gruesas, sientes que el esfínter te revienta cuando penetra con violencia en ese espacio estrecho. Hay otras vergas cuya longitud espectacular te hace sentir que te atraviesa. El dolor es monstruoso aunque, he de admitirlo, una vez adentro la cadencia del movimiento se significa en sensaciones únicas y deliciosas. Sin embargo, para no arriesgar, una noche, tomé la decisión de anunciar mi servicio anal sólo después de haber visto la verga que lo penetraría. Aquella noche fui cogida no por un hombre sino por un caballo. Las enormes dimensiones de su cuerpo y de su pene me dejaron helada. Ya por teléfono habíamos pactado el arancel por el servicio (anal incluido), pero –ingenua de mi- pensé que como otros, podía haber preguntado sin pretender realmente aquel segundo servicio. Al principio me cogió por el hueco convencional. Su gigantesco animal se clavó entre mis piernas abarcándolo todo. Sentí mí cuerpo indigestarse, acapararlo todo por la presencia de su hombría imponente. Sentí sus convulsiones al vaciarse, sentí como me palpitaba dentro. Cuando me lo sacó seguía firme, desafiante. Se quitó el condón y me puso su verga húmeda en la boca. Le limpié el semen con labios y lengua. El segundo episodio tardó un poco. Charlamos en la cama. Estaba exhausta y trataba de distraerlo para dejar correr el tiempo. Ese día había atendido ya a otros clientes y mis ganas de estar en la cama no eran precisamente para estar cogiendo.De pronto, me tomó por la cintura y me puso boca abajo. Acariciándome cadenciosamente recorrió con su lengua mi espalda hasta detenerse en mis nalgas. Con sus manos enormes me las separó y comenzó a mamarme el culo. Me mojó considerable con su saliva, lamió las hendiduras y las comisuras. El placer de sentir ahí su lengua me abarcaba toda, pero el miedo de que pensara introducir ese monstruo en un agujero tan pequeño me helaba. Se puso un condón mientras metía dos dedos en mi culo y vencía la resistencia del esfínter. Entonces sucedió. Su verga colosal comenzó a abrirme en dos clavándose lentamente por mi ano. Solté un grito franco y las lágrimas brotaron de mis ojos. Clavé las uñas en la sábana y soporté la envestida brutal de aquella fiera que se estaba haciendo de mi. Sentí como su cuerpo avanzaba en mis entrañas y las cruzaba alojándose en los intestinos. Grité, lloré, le pedí que parara eso. Se detuvo. Con el gigante adentro pausó el movimiento trepidante. Me sentía atragantada, adolorida, cruzada. Me ofreció sacarlo y suspender todo, pero pensé que lo peor había pasado y que yo nunca me rajo. Le dije que no con un movimiento de cabeza y me abandoné a mi suerte. Con cada acometida sentía desvanecerme, su bulto me rompía toda, sin embrago, disfruté. Cuando salió sentí un alivio parecido al orgasmo y una sensación de vació que, no podía creerlo, me hacía extrañar su presencia en mis esencias. Disfruto el anal, pero después de aquella experiencia decidí aceptarlo sólo después de comprobar que un coloso no querrá partirme en dos.
Manifiesto
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Enfrentada como estoy a mi insomnio, a mis cuitas y a mi colección de
boleros insensatos cantados por “el Pirulí”, abrí una botella de vino,
partí un qu...
Hace 10 años
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